Magrite

Magrite
¿No se caen estos señores?

martes, 5 de abril de 2011

Qué poco cuesta ser un poco amable



No cuesta nada ser un poco amable
(sobre todo hoy, que ha salido el sol y que hay más gente que de costumbre
paseando por la calle
o comprando en una tienda de decoración
una bicicleta verde de madera para ponerla en la estantería).
No cuesta nada atender
a un transeúnte que nos pregunta
cómo se llega al lugar donde perdió una ilusión
y decirle: siga todo recto y coja la primera a la derecha
al llegar a la plaza.
No cuesta nada sonreírle
a la chica que se ha quedado colgando en un árbol
al que había trepado para coger a su gato
que había trepado para coger un pájaro
que estaba en la rama porque tenía allí un nido
donde brillaban tres huevos (uno verde, uno amarillo y otro naranja),
y decirle a la chica: no te preocupes,
que viene ya un carpintero montado en un hipopótamo que toca el violín,
a rescatarte.
No cuesta nada ser amable
y guardar silencio en los lugares donde pone guardar silencio
y guardar silencio cuando alguien te pide que le escuches.

De entre todos los movimientos que podemos hacer los humanos,
incluido el de rascarnos la pantorrilla (cuando nos pica mucho o simplemente por hacerlo)
incluido el de subir de tres en tres las escaleras (si no son de mucha altura)
o el de correr hacia atrás (cuando nos percatamos de que nos hemos dejado algo en algún sitio y no queremos darnos la vuelta),
hay uno que se hace con los dos brazos,
que requiere un gasto de energía mínimo (aunque puede prolongarse, de forma que el gasto aumenta),
que nos aproxima mucho a otra persona
y no solo físicamente.
Quién no necesita un abrazo cuando algo o alguien
le ha pintado con rotulador una mueca fea en la cara,
como si nuestro cuerpo y nuestros brazos,
pudieran borrar la tinta que lleva ahora en la piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario